Este post fue escrito en conjunto con Carlos Pinto (*)
El tópico de trabajar por amor al arte no existe. En los mundos modernos todo se ha ido profesionalizando, e inclusive en las Artes y la Cultura, es una cadena de profesionales y expertos que optaron por vivir de esta.
En nuestro país, la información estadística disponible sobre las distintas áreas que componen el sector artístico de la cultura aún sigue siendo escasa. Por eso son muy importantes en la cadena de las industrias culturales quienes se han atrevido a abrir espacios nuevos que permiten a los artistas y gestores mostrar su creación. De este modo es bueno ver la cultura desde la otra vereda. Hay que romper mitos que la cultura no debe ser “ni cara ni gratis”.
No desconocemos que la cultura tiene que ver mas con el alma que con el bolsillo, de manera que el desarrollo intelectual o artístico por tanto, es más una necesidad del espíritu creativo que un empresa comercial, pero eso no invalida que más de alguno haya tenido excepcionalmente buenos resultados económicos.
Ciertamente, hacer cultura, proyectar cultura, vivir de la cultura; debe ser inspirado por el pensamiento más altruista y filantrópico posible. Lo contrario lleva a aceptar que su consumo se circunscribe a un menudo estadio de «privilegiados», por muy efectiva que sea como reflejo de la sociedad.
No es fácil. Hablamos de inversión de recursos y no morir en el intento, de gente que, además de hacer cultura, tiene que pagar las cuentas.
Carlos ¿y tu experiencia? – ¡…yo lo hice !, pero quise buscar una manera de romper con el círculo perverso de la desgracia económica, o mejor dicho aceptar sus designios como un hecho de la causa, sin que todo aquello signifique abandonar la meta.
La idea fue hacer un «espacio cultural» con el mero afán de entregar -como privado- un lugar para el desarrollo artístico. Sé que es pretencioso y puede parecer hasta arrogante, pero lo dije y lo hice con la honestidad de quién ama el arte, con la humildad de un hacedor, pero también con el compromiso y el atrevimiento de un hombre, que mas allá de los números cree que ser más grande y más persona no guarda relación con tener mas, sino con ser mas. Desde este ángulo, aún si pagara mis sueños con la bancarrota, me quedaría con la infinita tranquilidad y certeza que no equivoqué el camino y de este modo mis ahorros se fraguaron en un menudo multiespacio que denomine «Ladrón de Bicicletas«.
Sin duda es un riesgo, es cierto que el chileno esta más consumidor de cultura, pero al final los osados que abrieron salas parecen depender a ratos de los fondos concursables, porque no existe mayor publicidad y menos aún intervención de empresarios con auspicios significativos.
La cultura es un negocio legítimo. Recordemos que equivale al 1,3% del PIB y al 2,8% del empleo (más que el negocio textil, agrícola o el pesquero).
A todas luces, para poder subsistir y proyectarse, claramente la cultura debe abrir conceptos nuevos, en el caso de Ladrón de Bicicletas fue un multiespacio que, desde su génesis, quiso cobijar sin excepción a la mayoría de las corrientes artísticas, cine, artes plásticas, música, literatura y por supuesto teatro, fueran creadores emergentes o consagrados, todos bajo un mismo techo. ¿Que hubo pretensión? Sí… la hubo, pero finalmente, después de muchos avatares, este lugar logró ser una realidad.
Sin embargo, este espacio multidisciplinario no es solamente una sala de exposiciones, un cine, un centro musical, una librería ni mucho menos un teatro. «Ladrón de Bicicletas» pretende ser un concepto.
Los desafíos implican seguir a costa de riesgos. Se trata de conquistar una audiencia y convocar diversos creadores. Lograrlo sin marketing es osado y, como todos los negocios, se hace sin Mea Culpa.
¿Cómo conviven el negocio y la cultura? No haremos un libreto, pero podemos dar un paseo imaginario, reuniendo a las diversas manifestaciones artísticas en un mismo lugar, creando un entorno con dos áreas que convierten a este espacio en un sitio único en nuestro medio: Un café y un restaurant bistró, de modo que quienes concurran se sientan invitados a quedarse en su interior, ya que el diseño del pequeño teatro para 180 personas en un segundo piso (que puede mutar a sala de cine y espacio musical) hace transitar al público por el entorno y ver los muros que circundan estos lugares de servicio, que son a la vez una sala de exposiciones.
Por cierto, incorporar áreas de comercio culinario apunta a generar polos comerciales que cumplen abiertamente la difícil misión de equilibrar la balanza económica.
Puede discutirse acerca de la Cultura y la globalización, el ideal es el sueño de juntar lo que nos apasiona y vivir de eso. Por lo demás, es al Estado a quien le compete ayudar en la creación de más industrias culturales de manera que los artistas y creadores puedan tener más espacios, es decir, más trabajo y en donde las audiencias tengan mayor acceso. Para esto se debe seguir el ejemplo de países europeos donde hay inversión y políticas públicas sólidas y los artistas se sienten orgullosos de su profesión; en el caso de Chile podemos ver a un cantante lírico o un músico de la Filarmónica en el Paseo Ahumada y eso no lo podemos permitir.
Para muchos esta mezcla de entornos comerciales con espacios de valor artístico puede ser engañosa, pero en rigor no es más que un nuevo enfoque, un atrevido concepto creativo que da muestras que es posible que los espacios que dan cabida a las artes y la cultura convivan con la sociedad de consumo para poder existir y proyectarse.
“Y ahora lo digo con cierto conocimiento de causa- entender que para que el arte se masifique, sea rentable y pueda llegar mas allá de los «privilegiados», bien merece a veces dormir con el enemigo”.
*Carlos Pinto, cineasta y periodista de TVN. Director de televisión y cine destacando “El Día menos Pensado” y “Mea Culpa”, entre otros. Director del multiespacio Ladrón de Bicicletas.
Columna publicada en El Post 23/03/2011