Termina el año y una gran incógnita están provocando las primarias del Partido Demócrata Cristiano, para definir su pre-candidato presidencial entre Claudio Orrego y Ximena Rincón, a realizarse este próximo 19 de enero. Muchos los han catalogado como jóvenes promesas valientes o candidatos osados, con coraje. Otros más negativos hablan de candidatos que darán un saludo a la bandera, que sólo buscan la vitrina futura. Lo cierto es que ni Rincón ni Orrego logran tomar fuerza e imponerse como favoritos de su partido por la sombra, a esta altura imparable, de Michelle Bachelet.
Internamente, ambas candidaturas no logran encender a la militancia, como lo hicieron en su minuto Eduardo Frei, Andrés Zaldívar y Soledad Alvear. Falta de liderazgo, de contacto y conocimiento de las tan menospreciadas bases son factores importantes. A ratos da la sensación que sus equipos de campaña no han logrado una estrategia y planificación coherente y realista. Se quedaron en ninguneos hacia la ex Presidenta, slogans que no capturan la atención de los eventuales votantes, ni de los medios y, peor aún, no logran enfrentar a su verdadero adversario, el actual gobierno. Además, no pueden dar con la entrega del mensaje. Quizás muchos caciques y pocos que hagan la pega territorial en serio, sumado al desconocimiento electoral, juegan en contra de estas primarias, a tres semanas -y quizás menos-, de que finalice la campaña, por más recursos que se inyecten.
Los contenidos son una falencia para ambos. Rincón como senadora se atreve a ratos con temas coyunturales, como la Ley de Pesca, Educación, la reforma tributaria; y Orrego defiende a la familia, la felicidad, la reforma de patentes. Pero no logran penetrar la credibilidad ni el encantamiento necesario.
Quizás hay que mirar el Chile real, ese que se postergó, ese que dejó de buscar el partido de la falange; el que quiere respeto a sus trabajadores, a sus estudiantes, el que no quiere más discriminación, el que se organiza para exigir cambios y equidad. En definitiva, hay que aprender de las elecciones municipales recién pasadas, y reconocer que quien define una elección es la clase media, esa que no recibe beneficios ni de un gobierno ni de los partidos, esa que está desencantada con los políticos, la que va a votar, la que tiene una definición política por convicción y no premia, sino que pasa la cuenta.
Mirando el escenario que viene en una primaria en la que, aunque sea abierta, suele votar la militancia activa y comprometida con alguna candidatura. El resto es poesía. Pero cuidado… en las internas de la DC del 2010 votaron para directiva nacional 23 mil militantes y en las territoriales 28 mil aproximadamente, de un padrón de 113 mil personas. Un gran desafío y un escenario positivo para la directiva de Walker sería que se iguale la cifra de votantes en las territoriales. Sin embargo, la militancia, dormida con los candidatos, la poca o nula convocatoria e información de ideas y la sombra de Bachelet, hacen presagiar a los analistas que esta concurrencia no se logrará.
Con todo, y dada la fecha, quizás hay una esperanza de que Orrego y Rincón despierten a sus bases más que a sus adherentes, cuya votación histórica ha sido disciplinada en estos eventos y logren más de 23 mil votantes. De lograrlo, ya será un triunfo para la Democracia Cristiana. Ahí está el desafío de ambos candidatos.
Si no se logra comprender y encauzar el discurso y un programa con participación real interna, sin tanto iluminado; si logra convencer primero a sus militantes, quizás la Democracia Cristiana pueda salir airosa de estas primarias y llegar a una segunda etapa ‘unida’ a competir con Bachelet y otros candidatos, donde lo peor que puede pasar es llegar terceros.
Columna publicada en El Post el 27/12/2012