El domingo recién pasado fuimos testigos de un evento masivo gratuito que convocó a más de 400 mil personas en el centro de Santiago. Muñecos inflables gigantes de personajes animados ampliamente reconocidos por todas las generaciones, como Bob Esponja, Hello Kitty, Popeye, el señor Cara de Papa y el que la lleva en estas fechas: el Viejito Pascuero, entre otros, todos reunidos bajo el nombre de #parisparade, como parte de una mal disimulada campaña publicitaria.
Sin embargo, lo que parecía ser un evento de entretención terminó en desordenes, extravíos de niños e insolaciones. Las audiencias pasaron las rejas de protección, hubo trastornos con los traslados y varios de estos grandes y festejados personajes inflables pasaron a mejor vida, siendo mutilados por los visitantes. No faltó tampoco quien alegara que estos eventos buscan la segregación social y solo dejan toneladas de basura.
Lo anterior no dista de los últimos eventos masivos en el mismo lugar, las celebraciones del Bicentenario y el gran espectáculo de luces e inclusive con el Teatro a Mil que ya se acerca. De cada uno de ellos, surge el cuestionamiento sobre cuánto nos falta en cultura ciudadana para que la gente valore y disfrute las iniciativas que buscan la promoción de la cultura y la entretención de la familia.
El problema no está en las características de la gente que concurrió ni en la mezcla de personas de barrios distintos. Hubo un evidente problema de parte de los organizadores, que parecieron suponer que el público se mantendría tranquilo, a pesar del calor y de las incomodidades. Falta un diseño estratégico para que la comunidad asista a espacios centralizados y emblemáticos, recuperando la ciudad para la difusión, la expresión y la apreciación del arte. Ese propósito choca con la escasa o casi nula inyección de recursos en los municipios, para que puedan desarrollar espectáculos culturales. Es en ese ámbito que surge una contradicción, porque la experiencia demuestra que el mejor público en eventos culturales masivos gratuitos es justamente el local.
No se debe tampoco subvalorar la importancia de estudiar a las audiencias para conocer sus característica, de manera de poder acercar exitosamente al público las expresiones artísticas, promover actividades gratuitas y la realización de programas focalizados en la participación que faciliten el acceso a la cultura.
Ahora bien, tampoco hay que exagerar si en estos eventos los públicos se mezclan. La verdadera lección radica en el comportamiento del público, que muestra que aún estamos en una situación deficitaria en cuanto a la formación de las audiencias. La principal responsabilidad en ello recae en la “educación formal”, que debe fomentar el desarrollo de habilidades para la apreciación de la cultura, el arte y nuestro patrimonio y que ha sido una lucha constante para que esta aplique.
Nuestra realidad no dista mucho de lo que ocurre en países más desarrollados. A lo menos en Chile no hemos tenido tragedias como sucedió este año en Alemania con la Love Parade, pero la experiencia del fin de semana obliga a prevenir y a considerar al menos dos puntos fundamentales, como bien lo señala Zygmun Bauman, para quien los espacios públicos no sólo deben ayudar a borrar las diferencias sociales sino también promover la diversidad y el diálogo entre las personas.
Es importante seguir con un programa estratégico y luchar por una reforma educacional que incluya también derechos y deberes ciudadanos, ya que no podemos seguir organizando eventos masivos en que se impone a niños y padres la espera de horas con la finalidad de ver un espectáculo de cinco minutos de duración. Esa no es la “cultura” que se debe promover. La carita feliz de un niño no puede ser a costa del sacrificio al calor y la incomodidad de estar en la calle, con los evidentes apretujamientos.
Creo que también debe tomarse en cuenta que muchas de nuestras calles son estrechas para este tipo de espectáculos, por lo que el diseño de estos eventos debe realizarse con la inteligencia necesaria para que las audiencias puedan responder de la mejor forma y aproveche la experiencia. Lo importante es “abrir las grandes alamedas” para que todos disfrutemos sin distinción y esa apertura significa entender que los espacios públicos son de todos y no se les pueden exigir conductas absurdas. También significa, a juzgar por los resultados, que en ocasiones los organizadores y diseñadores de estos espectáculos deben volver a ser educados desde lo cultural en lo que caracteriza una sociedad masiva y moderna.
Columna publicada en El Post 15/12/2010